Acababa su turno de
descanso.
Apenas había podido
dormir. Ni siquiera la extrema oscuridad en la que vivían, consiguió que
pudiera conciliar el sueño con tranquilidad.
Se puso en marcha con
rapidez. Le esperaba la tarea diaria y no quería levantar sospechas. Nada ni
nadie le retenía, pero no era el momento de escuchar reproches y tampoco quería
tener que dar explicaciones.
Los primeros signos de
actividad comenzaron a oírse. Se aventuró por los estrechos pasadizos que
conducían al habitáculo. Estaba nervioso, ilusionado. Fue tocando levemente a
los compañeros con los que se cruzaba. Todo era normal.
Entró. Le gustaba ese
sitio. Los movimientos de los descendientes eran suaves, agradables. La paz que
allí se respiraba le hacía sentirse bien. Después de todo no había tenido
demasiada mala suerte con su trabajo. Aunque nunca había estado en el exterior,
otros se encontraban en peor situación que él. Aún así envidiaba a los que
tenían la oportunidad de conocer algo más que aquel mundo cerrado y oscuro en
el que habitaban.
Concluida su faena,
llegaba la hora de llevar a cabo la decisión que había tomado mucho tiempo atrás.
Se iba. Abandonaría ese mundo de tinieblas y tristeza.
Antes de hacerlo quería
verla por última vez. Llegó a su estancia. Allí estaba. Descomunal. Enormemente
voluminosa. Nunca se había movido de allí, ni lo haría jamás. Desde su
nacimiento, todo sobre su vida estaba escrito y decidido. No tenía la más
mínima posibilidad de elección.
Siempre que se sentía
mal, iba a verla. Le daba fuerza. Frente a ella y mirándola, pensaba que, en el
fondo, era muy afortunado. Él, si quería, podía elegir su destino con libertad.
Nadie lo había hecho hasta ahora.
Solo en su cabeza había
encontrado raigambre la rebelión contra lo establecido. Estaba seguro de que
otra vida era posible.
Una vez fuera de la
cámara, se encaminó hacia la salida. A medida que se acercaba a ella, los
pasadizos se volvían más angostos y empinados. Había que dificultar la entrada
de cualquier intruso o enemigo.
La temperatura era más
elevada y la oscuridad desaparecía por momentos. Temblaba de emoción.
La galería ahora era casi
completamente vertical pero inundada de una maravillosa y cálida luz. Tenía que
hacer un último esfuerzo. Unos pasos más y…
No podía asimilar todo
lo que sus ojos veían. Sus sentidos estaban desbordados. Jamás hubiera podido
imaginar algo así. Un mundo de mil sonidos, colores y sensaciones se desplegaba
ante él. Era soberbio, grandioso, increíblemente asombroso.
Intentó tranquilizarse.
Necesitaba unos minutos para reflexionar sobre todo aquello. Por fin era dueño
de su vida. De su destino. Veía un futuro dónde dar rienda suelta a la
creatividad y desarrollar sus capacidades. Podría tomar sus propias decisiones.
Complacerse si eran las correctas. Equivocarse y asumir el error cuando así
fuera…
Pensaba en su pasado
más cercano. Intentaba vislumbrar el inmediato mañana.
De repente desaparecieron
todos esos pensamientos y cavilaciones. Empezó a sentir miedo, estremecimiento.
Un profundo terror le dominaba. Una tremenda inseguridad se adueñó de él. La audacia
y la valentía que le habían llevado hasta allí, iban desapareciendo
vertiginosamente.
Una palabra retumbaba
en su cabeza ¡Cobarde, cobarde, cobarde! Triste, abatido y cabizbajo, dio media
vuelta para acercarse al lugar por dónde había salido. Miró hacia abajo, dudó
unos instantes e inició el regreso al frío, sombrío pero seguro y previsible
hormiguero que no había tenido el valor de abandonar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario