miércoles, 31 de agosto de 2011

W de Vivir

W es un muerto viviente. Aunque él no es consciente de su estado. Nació. Quizás hasta es posible que en determinados momentos, demasiado lejanos ya, estuviera vivo. Pero hace mucho que murió. Respira, aunque no haya vida en su interior. No es un zombie. No. No es alguien que murió y ha vuelto a la vida por alguna maldición. Con algún motivo. W enfermó de burocracia. Una grave afección. A veces irremediablemente mortal. Se instaló en el. En su vida, En su trabajo. No dejó de corroerle hasta acabar definitivamente con su Vivir.
 A pesar de este estado mortalmente anestésico en el que vive, su cuerpo todavía se queja ante el dolor. Uno, en el estomago, hace tiempo que le saca continuamente de su letal hibernación. Las pastillas apenas le hacen ya el efecto deseado. Ha decidido visitar al médico. No soporta ese malestar. Pero sobre todo, lo que no es capaz de sobrellevar, es que por momentos, su cuerpo y su mente le recuerden que la sangre de la vida visita cada segundo, todos los rincones de su adormecida existencia.
 Su visita al doctor, lejos de devolverle la ansiada “tranquilidad”, va a sumergirle en un estado de profunda inquietud. En un principio a W le resultará muy molesta. Después va a devolverle a la vida. En la antesala médica, escucha sobre signos, detalles y respuestas de los médicos ante determinados síntomas. Cuando entra y expone su caso, todo lo que escucha le hace confirmar que su existencia será ya muy breve. Mucho más de lo que quisiera. Su insensibilizada vida está próxima a su fin. 
 En un primer momento a W le envuelve la confusión. Se pregunta que pasa. Donde está, donde ha ido a parar ese sopor en el que estaba sumido? Empieza a percibir con claridad como ha sido su vida hasta ese momento. Le arrastra la impaciencia. Le domina la prisa por recuperar el tiempo perdido. Y en manos de esas urgencias pasará días visitando sitios, conociendo gentes, dilapidando ese dinero que hasta hace poco tiempo solo servía para acumularlo. Piensa: “solo quiero ser feliz”. Tiene ansia de serlo. Se le acaba el tiempo. Pero W descubre que por ese camino difícilmente va a conseguirlo. Piensa, Piensa. Piensa. Quiero ser feliz. Quiero ser feliz. Un día. Una hora. Un minuto. Solo unos instantes. Pero quiero ser feliz.
 W es jefe de un negociado en un ministerio. Allí ha pasado casi toda su vida. Oía infinidad de quejas a diario. De gentes humildes. Pero nada escuchaba. Un sello convertido en extensión de su mano y de su mente, resolvía con celeridad denegar todas las reclamaciones. Piensa. Ve todo el daño causado y decide, que puesto que no encuentra la felicidad, va a intentar solucionar alguno de los problemas de aquellos que se acercaban a el buscando una solución.
 W se centra en eso. Dedica toda su energía a conseguirlo. Un pestilente y putrefacto humedal se convierte en su objetivo. Transformarlo en un bello parque para disfrute de los ciudadanos es ahora su deseo más inmediato. Las dificultades son enormes. Tiene que luchar contra esa burocrática maquinaria de la que tanto tiempo el ha formado parte. No tiene miedo de hacerlo. Poseído por una fuerza plena de serenidad. Llevando la humildad como arma arrojadiza. Haciendo una reverencia ante una negativa y diez frente a un mal gesto, va consiguiendo poco a poco, que lo que se ha propuesto se vaya convirtiendo en algo real.
 Sus compañeros de trabajo no entienden su cambio. Su familia tampoco, Pero esto es solo una pequeña y diminuta piedra en el camino de W. Algo que solo consigue motivarle más todavía. Las gentes empiezan a admirarlo. Le aclaman y W empieza a sentir un bienestar interior que jamás hasta ahora había conocido. Piensa. Quiero ser feliz. ¿Será esto que siento. algo parecido a eso que busco?
W ve ahora cosas de la vida que antes no existían para el. Pasear, mientras el sol le transmite su calor y energía, es un bálsamo para sus sentidos. La silueta de un pájaro recortada en el cielo, le hace ansiar la libertad que nunca ha tenido. Un árbol ha dejado de ser un objeto que se pone o se quita según convenga, para pasar a convertirse en un compañero. Cada risa es un momento sublime. Los enfados, algo a lo que W ya no tiene tiempo para dedicarles.
 Por fin ve su objetivo cumplido. Es una día frío. Su parque está terminado. La noche amenaza con dejar caer un helado manto sobre él. W sabe que el final está cerca y decide entregar sus últimas fuerzas a la gélida noche. Un columpio lo balancea suavemente mientras el canta su canción favorita. La dicha brota de los ojos de W, bajando lentamente por sus mejillas y el mismo aire helado que se lleva su calor y su vida, congela esas dos pinceladas de felicidad en su rostro, hasta la llegada de la mañana.
Dicen los que le encontraron, que el semblante de W revelaba la expresión de un hombre inmensamente feliz.
Todos alaban ahora al ausente. Y su manera de Vivir durante los últimos meses de su vida. En el funeral, amigos y compañeros embriagados por el alcohol y la pena de su desaparición, se proponen seguir su camino. ¡W será nuestro ejemplo!...dicen. ¡Seguiremos la senda que él nos ha enseñado! Su nombre y sus acciones permanecen anclados en sus bocas durante toda la noche.
El primer día de trabajo después del funeral, revela lo contagiosa que era la enfermedad que W soportaba. Su sucesor en el cargo muestra exactamente los mismos síntomas que él padecía. La vida continua. VIVIR posiblemente sea una quimera.

Señor libranos de los muertos parlantes, de aquellos que se mueven por inercia dentro de un engranaje viejo y milenario” ( Lole y Manuel).

De Vivir, de Akira Kurosawa.